Este artículo es una continuación de la historia de la noche del parto, así que, si aún no los has leído, empieza primero por “El comienzo de una larga noche”, “¡Empuja!” y Pensamientos trascendentales durante el parto (en ese orden).
Antes de adentrarme en el artículo, me gustaría mucho pedir disculpas a las lectoras habituales (como es normal en este tipo de blogs, al principio sólo te leen la familia) por estas ya 6 semanas sin publicar.
Prometo hacer un esfuerzo extra y publicar más a menudo.
Esquema del artículo
Descanso post-parto
Esta fue la primera vez que estuvimos a solas los tres. Judit acurrucaba a nuestro hijo, aún morado por el esfuerzo, en su pecho.
Mientras, yo, los miraba desde la orilla de la cama. El reloj se paró. Todo se había parado a mi alrededor, pues mi mente sólo podía respirar agitadamente de la emoción. Aún estaba digiriendo lo que acababa de pasar.
Somos una familia.
Pensé. Este era el vínculo definitivo. La manera en la que dos personas quedan unidas para siempre. La forma en la que dos seres pueden coexistir en un mismo ser: a través de los hijos.
Bendito fruto del amor
Ángel estaba chiquitín a causa de su prematuridad. Tenía los ojos hinchados y apenas podía abrirlos. Sin embargo, apretaba los puños con rabia, como si su supervivencia dependiera de ello.
Mi mirada lo repasaba centímetro a centímetro, intentando almacenar la máxima información. Hay gente que lo primero que hace es intentar buscarle parecido a alguien.
Yo sólo lo veía a él.
Era algo totalmente novedoso para mí. Acababa de conocer a una nueva personita. Y esa personita era mi hijo.
Ahí estuvimos los dos, padres primerizos, observando con la cara desencajada de la alegría, cómo nuestro pequeño príncipe respiraba profundamente y descansaba en el pecho de su madre.
Así pudimos estar más de una hora.
Recordé que nuestros padres estaban aún fuera, en la sala de espera. Así que salí a hacerle el relevo a la madre de Judit, que estaba deseando ver cómo estaba su hija y su nieto.
Salí, confirmé a la familia que todo estaba bien y fui directo a la máquina de snacks a sacarme algo con mucho azúcar.
Un reguero de sangre
Esperé sentando intentando recomponerme mentalmente de todo lo que acababa de ocurrir.
No olvides decírnoslo en los comentarios.
No paraba de mirar la hora, intentando calcular cuánto tiempo era el suficiente para que Rosi estuviera dentro, pero no el demasiado como para que la mandaran a la habitación sin que estuviera yo delante.
Pasado un rato largo, y después de un zumo de máquina, viendo que la madre de Judit no salía del paritorio, me volví a poner los patucos verdes de quirófano y entré corriendo a la habitación del paritorio.
Nada más abrir la puerta vi un reguero de sangre que iba desde la cama hasta el baño.
Corriendo, entré en el baño y las figuras de dos matronas sujetaban a Judit, que estaba sentada en el váter.
Me asusté.
Me asusté mucho.
Judit estaba mareada y apenas podía sostenerse por sí sola. Estaba exhausta y mareada.
Las matronas me tranquilizaron, me dijeron que estaba todo bien, que era normal expulsar sangre tras el parto y que estaba en el baño porque necesitaba hacer pipí.
Volví a la habitación, me tranquilizó ver que el bebé seguía bien, dormido, esta vez en los brazo de Rosi.
Ya estaban preparándole la cama a Judit para subirla a la habitación.
De vuelta a la habitación, otra vez por fuera
Me despedí de Judit, que iba en la cama, con nuestro bebé en el pecho. Como siempre, tenía que subir a planta por fuera del hospital…
Salí a la sala de espera de urgencias del maternal, donde esperaban los abuelos, y les indiqué que ya había subido a la habitación.
Subí, de nuevo, cargado con todos los bolsos y mochilas. Sólo habían pasado unas cuantas horas desde la última vez que había subido las escaleras metálicas, pero parecían una eternidad.
Habían pasado muchas cosas desde entonces. Ahora las estaba subiendo como padre.
Primera ITV: Aprobado
Ya en la habitación, la enfermera estaba esperando a que yo apareciera para que la acompañara a otra sala a que le hicieran las primeras comprobaciones a Angelillo.
Supongo que esto lo harán para que los padres no pierdan de vista a su bebé y no puedan decir un par de semanas más tarde:
Este no es el mío, se tira peos pestosos y se queja mucho, ¡me lo han cambiado!
La enfermera entró en una sala del mismo pasillo de las habitaciones, pero en el lado contrario. Ahí le volvieron a medir, a pesar, le hicieron el paseillo, la prueba de los reflejos y le cambiaron el pañal.
Todo con una agilidad alucinante. Creo que ver a esa mujer experimentada tratar al bebé con maña pero sin miedo me liberó automáticamente del pánico que todos sienten al tener a un recién nacido entre brazos.
La enfermera me confirmó que todo estaba correcto, así que volvimos a la habitación, donde todos estaban esperando.
El desayuno de los campeones
Una vez todos relajados y los padres de Judit con ella y el crío en la habitación, salí del hospital. Mi madre ya había salido hacia casa para intentar descansar un poco.
La lluvía no había cesado del todo. Caía una fina película que no llegaba a empapar la ropa.
Me apetecían churros, así que me fui al jardín de San Roque donde tiene el puesto el que para mí, de toda la vida, es el mejor churrero del mundo.
Después de hacer la cola en el churrero debajo de la lluvia hasta conseguir mi ansiado desayuno, me dirigí hacia casa de mis padres.
Llega visita sorpresa
En el camino, me fijé en el Citroën C4 Picasso con una obra de arte ‘Aireee’ en la parte trasera indicando el hecho de que a bordo viajaba un bebé.
Habían venido mis primas de Almería. Me alegró mucho la verdad, fue toda una sorpresa.
En casa me felicitaron, esperando mi sorpresa por la visita inesperada. Lástima que viera el coche de camino a casa.
Estaba como en la inopia. La gente me felicitaba pero no llegaba a enterarme bien ni de lo que hablaban ni de lo que querían decir.
Vuelta a la calma
Una vez duchado y con ropa limpia, volví corriendo al hospital. Necesitaba estar con mi recién formada familia. Todo lo que pensaba era en volver cuanto antes a la habitación del hospital.
El resto del día pasó todo tranquilamente en el hospital, con visitas espontáneas de la familia. Intentamos dormir un poco. Pero era tal la emoción que apenas conseguíamos encadenar 30 minutos de sueño.
En mi recuerdo aún perdura la primera vez que tuve a mi hijo en brazos, piel con piel, mientras ambos estábamos dormidos.
Recuerdo que, en medio de mi sueño profundo, noté cómo se movió hacia un lado, y corriendo me desperté para volver a colocarle la cabeza centrada en mi pecho.
Fue un día largo, un día para recordar toda la vida.

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