Si has llegado directamente a este artículo, te recomiendo que primero leas el preámbulo a este post, titulado “El comienzo de una larga noche”.
Esquema del artículo
Comienza la juerga
Son las 2 de la madrugada y ya está todo el mundo avisado y se dirigen hacia el hospital. Eso hecho.
El matrón o matrona, ya no recuerdo, que le hace el primer examen, nos comunica que ya está de 8 cm ( ¡FLIPA! – con razón decía el matrón de planta que estaba muy bien… ) y que le van a realizar unas pruebas para ver si le podían poner la epidural.
A Judit, como le corresponde por empadronamiento el Hospital de Torrevieja, todas las pruebas se las habían realizado allí. Y como tenemos un sistema sanitario tan avanzado, las pruebas médicas no están disponibles desde otras provincias.
Esto significa que en la Arrixaca, el único documento médico que tenían de la evolución del embarazo y del estado del feto era la cartilla del embarazo. Como estaba en la semana 35, tampoco le habían realizado la prueba del estreptococo, así que le estaban metiendo cada 3 horas antibióticos en vena a Judit.
Ya hechas las pruebas en el paritorio nos comunican que en media hora llegarían los resultados de la prueba necesaria para ponerle la epidural.
También nos dicen, groso modo, que el proceso total se podría alargar hasta 3 horas, lo que agobia un poco a Judit, el pasar más rato sin anestésico.
Agua y Aire
Este par de horas descubrí cual era mi sino en todo este proceso: proveer de agua en pequeños tragos directamente de la botella y abanicar como si no hubiese mañana.
Ya, pasado todo el mal trago, calculé cuanto tiempo había estado batiendo el abanico sobre la cara de Judit, nada más y nada menos que una hora y 10 minutos.
El día después, ya en la habitación, ordenando todos nuestros artículos personales, Judit ve el abanico y dice:
Vaya papelón que ha jugado el abanico durante el parto.
Y yo pensaba para mí:
Papelón el de mi hombro que no tuvo descanso durante el parto.
Aún tengo ese dolor fantasma de agotamiento cada vez que recuerdo la escena.
No hay epidural
Mientras que vienen y no vienen los resultados de las prueba, como es evidente, Judit rabia de dolor con cada contracción.
El único método anestésico del que disponía era una botella grande de gas, cuales efectos duraban unos pocos segundos.
Las instrucciones eran muy simples: cuando detectes que te va a venir una contracción aspiras dos veces profundamente.
Bueno, bueno, bueno… Ver a Judit aspirar de la boquilla del gas era todo un show. O daba las caladas demasiado cortas, o expiraba entre calada y calada, o las daba demasiado tarde. El caso es que este método paliativo no estaba dando su mejores frutos.
Y mientras, eso seguía dilatando, y muy rápido además.
Como es normal, llegado este punto dejé de contar el número de veces que Judit había repetido:
¿Qué le falta a la epidural?
No hay vuelta atrás
Entre que dilataba y no dilataba, Judit no podía estar quieta, evidentemente, de los dolores que estaba pasando. Y ella se giraba para una lado, para el otro, se sentaba…
Los médicos le habían puesto una vía en la mano derecha, pero con la manguerilla más corta que encontraron. Por poco y tiene que tener la mano colgada al lado de la bolsa. Al no dar mucho de sí, otra de mis tareas era estar pendiente de la bolsa y estar cambiándola de lado para que ella se pudiera mover libremente.
Los resultados de las pruebas, pese a estar los cuartos en la cola de proceso en el momento de enviarse, tardaron casi 45 minutos en llegar.
45 minutos que fueron más que suficientes para dilatar 2 centímetros más y para que las contracciones sólo dejaran un descanso de unos 10 segundos entre una y otra.
El ginecólogo que estuvo con nosotros, Miguel Ángel, nos dijo que ya estaban los resultados, que podían ponerle la epidural, pero que sería una locura meterle una aguja en la columna vertebral si no podía quedarse quieta ni 10 segundos, que sería jugársela sin motivo.
Junto con la explicación de porqué no le podían poner la epidural vino una frase, que junto a muchas otras esa noche, se me quedó grabada:
A partir de ahora no vale decir que no puedes.
¡Empuja!
Y llega la hora de empujar. Ya está totalmente dilatada aunque los ginecólogos no paran de mencionar algo en voz baja mientras le hacen exploraciones.
El truco aquí consiste en empujar cuando empieza la contracción, para no hacer esfuerzos en vano.
La camilla del paritorio, cual transformer, se desmontaba por la mitad y de la parte inferior se le sacaban los sujeta-piernas(desconozco el término técnico), toda una revolución. Encima, a cada lado, le salían unas agarraderas como si fueran dos frenos de mano, diseñados para aguantar hasta a la más bestia de las parturientas.
Otra frase digna de recuerdo, de nuestro matrón Jesús:
Tú cógete a las agarraderas y tira como si las fueras a arrancar.
Aquí mi mente echó a volar, mientras mis ojos sólo veían la cara de sufrimiento de Judit. Todo lo demás alrededor estaba teñido de una clara bruma. Mi mano izquierda sujetaba su nuca mientras el brazo derecho no dejaba de agitar el abanico.
Continuación
Esta historia continua en el artículo de “Pensamientos trascendentales durante el parto“.
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