El comienzo de una larga noche

El comienzo de una larga noche - El comienzo de una larga noche 1

Me gustaría ser capaz de poder describir con palabras todas las sensaciones que experimenté la madrugada del 28 de enero de 2018, pero, lamentablemente, mi vocabulario es limitado, y me aventuro a asegurar, que el lenguaje también.

It’s the final countdown

Es la segunda vez que llamamos al matrón, esta vez las abuelas ya se han ido y estamos solos. Al ver que estamos más tranquilos, el matrón escucha los latidos del feto y se marcha tranquilo, insistiendo en que lo llamáramos cuando quisiéramos, pero que de momento no está lista.

A partir de ahora comienza la fiesta. Los compañeros de habitación apagan el televisor y se disponen a dormir. Judit, con cada contracción, resopla con más agitación.

Al cabo de un rato la escena era, como mínimo, de serie de televisión de las que emiten en la siesta. Judit sollozando y resoplando, llegando hasta soltar algún que otro grito. Y los vecinos, separados por un biombo, acompasaban los quejidos de Judit con ronquidos.

Yo, viendo el tema como se estaba poniendo, me pongo a recoger la habitación en la que estábamos, pues tenía cacharros por todos lados. A las 12 ya tenía la maleta cerrada, todos los bolsos cargados, los zapatos de Judit en una bolsa, los míos en otra, el portátil guardado y todo apilado en la puerta preparado para cuando tuviéramos que salir corriendo.

La lluvia siempre acompaña en las mejores historias

Un detalle que he pasado por alto en la última publicación, es que, a eso de las 6 de la tarde, pequeñas gotas empezaban a empañar la ventana de la habitación. A lo largo de la noche, este chispeo se convertiría en tormenta.

Yo llegué al hospital con zapatos, y después de 12 horas con ellos puesto, cansado, me coloqué las chanclas de Judit. Yo calzo un 45 y ella un 39. Sacad las cuentas. Venga, os ayudo, son muy simples. Resultado: medio dedo gordo asomando por fuera de la chancla, y medio talón por detrás.

Viendo que me iba a pasar la noche en vela por el transcurso de los eventos, bajo a la cafetería del hospital a por un café. Por supuesto, en chanclas.

Son las 00:45. La cafetería cierra a las 00:45. Mierda.

Vuelvo a subir planta por planta buscando una máquina de café. Nada.

Pregunto a las enfermeras de nuestra planta por una máquina de café. Me indican que sólo hay una abajo, en urgencias.

Benditos Arquitectos

Yo creo que lo que más me molesta del hospital materno-infantil de la Arrixaca es que urgencias y paritorio estén separados del resto de planta, únicamente comunicadas por el interior a través de los ascensores de servicio.

Por fuera, por favor.

Con lo que cada vez que queríamos ir de una parte a otra, ya sea de urgencias a planta ( o de planta a paritorio, o de paritorio a planta de nuevo) teníamos que salir al exterior, subir por unas escaleras metálicas, como de emergencias, y ya acceder a al hospital por la planta 0.

Ya he mencionado que estaba lloviendo, al igual que he dicho que iba en chanclas. Pero por un sorbito de café en eso momento hubiera hecho locuras.

Así que imaginaros la situación. Urgencias, para la hora que era habían bastantes personas en la sala de espera. Entra un hombre, relativamente alto, con los pies mojados y en chanclas, directamente a la máquina de café.

Para más inri, al ir a la máquina de café, parece ser que había descubierto algún lugar de culto, puesto que inmediatamente tres personas más se unieron a la cola. Ese minuto que tardó en salir el café se me hizo eterno, puesto que notaba como los ojos de mis acompañantes se clavaban en las chanclas de chica.

Ya estamos listos

Al regresar a la habitación Judit ya estaba hecha un ovillo en la cama, sujetándose la barriga. Estábamos usando una aplicación para medir las contracciones. Un primer toque para comenzar a contar cuando empezara la contracción y un segundo para pararla. Mecánica sencilla.

Esta aplicación medía la duración de la contracción y el espacio entre contracción y contracción. Las contracciones estaban ya en una media de 2 minutos de duración, separadas unos 6 minutos desde que empezaba una y empezaba la siguiente.

Nada más verle la cara el matrón exclama:

Ahora sí.

Nos dirigimos a una habitación al fondo del pasillo donde el matrón realizaba las exploraciones. Con las piernas de Judit puestas en el potro, guantes lubricados en mano, el matrón se dispone a explorar. Al segundo dice:

Esto está bien, esto está muy bien. Es hora de bajar al paritorio.

A lo que Judit responde:

Quiero la epidural.

Recordad esta frase porque creo que un par de veces más se repitió esa noche.

El paritorio

Salimos de la sala de reconocimiento, Judit ya en silla de ruedas. Yo me dirijo a la habitación a cargarme rápidamente de bolsas cual mulo, con la esperanza de poder bajar por el ascensor de servicio.

Salga por fuera y entre por la puerta de urgencias.

Mierda.

Mala hora aquella vez que tiré el bono del 50% de descuento para un serpa de hospital, porque esa noche lo hubiera agradecido.

Imaginaos de nuevo la situación: maleta de ruedas, bolso de Judit, bolso del portátil, bolsa con la ropa sucia, bolsa con los zapatos y la mochila de la cámara. Calzando las chanclas de Judit, entrando por la puerta de urgencias…

Y con el móvil escribiendo un WhatsApp a mi madre diciéndole que ya estábamos…

Calzas puestas, entro en la sala del paritorio, la número 7, mi número de la suerte.

Al entrar, veo muchas caras, pero sinceramente, sólo pensaba en si Judit estaba bien, y en quitarme todo el peso de encima. Menos mal que estas salas están preparadas para personas como yo, y tenían un armario como el de las habitaciones para poder dejar las cosas.

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Esta historia continúa en el siguiente artículo: “¡Empuja!”

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